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5. Domingo

Esa mañana hubo gente que madrugó un poco más que otra. Era el día de la vuelta por los alrededores de Bilbao y Fede, Gilbert y Kiko quedaron a desayunar media hora antes para ir al aeropuerto a recoger el coche que utilizarían. Un nuevo día apasionante comenzaba ante ellos.

Tras el desayuno, un taxi trasladó a los tres elegidos al aeropuerto a por el coche en cuestión. Ya he contado que el tema del coche se tardo un poco más de lo normal en encontrar. Un vehículo de 6 plazas y barato no fue tarea fácil de encontrar, pero se consiguió.

Una vez en el aeropuerto y tras una exhaustiva búsqueda, un empleado les dijo que la compañía que buscaban no estaba en la terminal, sino que sus oficinas estaban en un polígono cercano. No obstante, normalmente había un vehículo de cortesía en el aparcamiento.

Lo encontraron, subieron a una furgoneta y ésta les llevó al polígono donde estaba Record Go, la compañía de alquiler de vehículos.

Tras los trámites administrativos necesarios, una chica de administración les entregó las llaves de una especie de tanque con ruedas. Era un Ssangyong de siete plazas. No era grande, era enorme. Fede, que se autoproclamó conductor oficial, subió al volante y aprendió a manejar los instrumentos de conducción. Era de cambio automático y algún truquillo tenía.



Montados en el gran turismo, con el gps del móvil y un poco de habilidad, los tres mosqueteros fueron al hotel a recoger a las chicas. Era el domingo del puente de agosto a las 8.30 de la mañana y no había ni un alma conduciendo por Bilbao, con que no hubo ningún problema en la entrada y salida de la ciudad.


La siguiente parada era el castillo de Butrón. Estaba a 23 kilómetros y fue fácil llegar. Lo del gps del móvil es un gran invento, porque sin él, nuestros turistas todavía estarían pegando vueltas a las carreterillas del término de Gatika, que era donde estaba el castillo.



Aparcaron el coche en un lugar marcado para ello y caminaron unos pocos minutos. De repente, ante ellos, apareció el magnifico castillo de Butrón. No era muy grande pero estaba en perfecto estado. El castillo es una fortaleza gótica de origen medieval En el siglo XIX fue remodelado profundamente añadiendo grandes dosis de fantasía. Está cerrado, no se puede visitar. Los nuestros hicieron muchas fotos, siguieron un camino que le da la vuelta y poco más pudieron hacer por allí. Acabaron haciendo fotos a un par de caballos que pastaban por allí cerca. Así que, con el trabajo realizado, fueron al coche y a por la siguiente parada.



Ahora venía el plato fuerte del día, la visita a San Juan de Gaztelugatxe. Desde hacía un mes, Inma había reservado las entradas a San Juan. El acceso era gratuito pero había que reservar para controlar el aforo del lugar. Sin tu reserva no podías entrar.


Revisando los pormenores del viaje, Inma leyó que el principal problema de esta visita estaba en el aparcamiento, que era insuficiente y que costaba mucho dejar el coche para poder ir a la ermita. Ni corta i perezosa encontró por internet un viaje organizado desde Bermeo por 7 euros por persona. La excursión te llevaba en autobús y tenías un guía que te explicaba curiosidades durante el trayecto. También te dejaban entrar a la ermita, con explicación incluida. La verdad es que era un chollo. Sin comentarlo con nadie, y confiando que los demás le darían su aprobación, reservo la excursión y la pagó. Nadie puso pegas, al revés, todos aplaudieron su iniciativa. Y la verdad es fue todo un éxito.


Desde el castillo de hadas fueron hasta Bermeo, aparcaron el coche y se encaminaron a donde debería estar el bus. Éste salía desde el parque Lamera, en el puerto. Los nuestros, que nunca perdían el tiempo, todavía tuvieron tiempo de tomar una cervecita en uno de los muchos bares que había en el parque.


Aquí ya se hablaba mucho más euskera que en Bilbao donde prácticamente no oyeron el idioma. En Bilbao es donde menos se habla euskera del País Vasco, con apenas un 3,5% de hablantes. En los pueblos la cosa cambia. Aquí el lenguaje de la calle era solo euskera,


En todos bares estaba sintonizado el mismo canal de televisión. Uno de la televisión vasca que retransmitía una liga de traineras que se hace por todo el norte de España (por cierto, en euskera). En Bermeo hay mucha afición en seguir este deporte. El Club de Remos Urdabai tiene su sede en Bermeo y es muy fuerte de cara a las diferentes ligas en que participa. Un parroquiano comentó con Gilbert la tradición de Bermeo en este deporte.


El autobús salió con cierto retraso hacia San Juan de Gaztelugatxe. La guía era una chica joven del pueblo que se lo había currado mucho en estudiar todo lo que tenía que ver con la excursión para así contarlo a los turistas ávidos de información.


Como ejemplo, te contaré alguna de las muchas cosas que explicó la guía.


El estuario del río Oca, del que Bermeo forma parte, es un área natural de gran valor ecológico llamada el Urdabai, calificada como reserva de la biosfera por el comité MaB de la Unesco en 1984. El Urdabai abarca parte de los términos municipales de Bermeo, Gernika, Luno y Mundaka.


Pero el autobús que llevaba a los nuestros no iba por ese camino, iba justo por el contrario, Hacia el cabo de Matxitxako y Bakio.


Justo delante de Bermeo, hay una isla, la isla de Ízaro, que antiguamente albergaba un convento pero que fue destruido en una de las incursiones de corsarios ingleses o franceses por estas costas. De esta isla se cuenta un curiosa historia. Durante muchos años, los pueblos de Bermeo y Mundaka se disputaban la pertenencia de esta isla dentro de sus límites territoriales. Cuenta la leyenda que, para zanjar de una vez por todas el conflicto, se acordó hacer una regata entre los dos pueblos, bajo el arbitraje de Elantxobe, un pueblo cercano.


Todos convinieron que la regata se realizaría en un día determinado. Ese día los dos pueblos se jugaban mucho. La regata comenzaría con el canto de los gallos. Antes del amanecer, los bermeanos encendieron hogueras para que los gallos creyeran que ya era de día y en su pueblo éstos cantaron antes de tiempo.


La trainera de Bermeo, aunque perdió un hombre, ahogado durante el trayecto, ganó la competición y, desde entonces, cuenta con la isla de Ízaro dentro de su territorio. Todos los años, el 22 de julio, el día de santa María Magdalena, se celebra una fiesta de hermanamiento entre los de Munaka, Bermeo y Elantxobe. Van todos juntos a la isla de Ízaro y el alcade de Bermeo, haciendo honor a sus atribuciones, tira una teja en el mar delante de la costa de la isla diciendo "Honaino heltzen dira Bermeoko itxuginak" (hasta aquí llegan las goteras de Bermeo), fórmula mediante la cual se renueva anualmente la posesión bermeana de la isla. Se supone que los de Mundaka protestarían un poco con el resultado de la prueba pero, trampas aparte, Mundaka, con sus casi 2.000 habitantes poco puede competir con el gran Bermeo, con sus 16.000 y pico.


Así, escuchando anécdotas como esta, casi sin enterarse, nuestros turistas llegaron en autobús hasta el aparcamiento de San Juan de Gaztelugatxe por una carretera estrecha y enrevesada.


El aparcamiento estaba lleno y fue una pequeña pesadilla para el conductor del autobús el poder aparcar y dar la vuelta para volver a Bermeo. Menos mal que los nuestros no fueron en coche porque esto estaba realmente complicado.



Donde el autobús dejo a nuestro grupo no era exactamente la ermita. Era el comienzo de una pequeña y bonita ruta para llegar hasta allí. La ermita está situada en el alto de una peña que forma una península a la que se llega bajando y subiendo desde un aparcamiento al lado de la carretera. La estampa es de lujo. Hay que verla en vivo.


La ruta es de alrededor de 3 kilómetros con un desnivel positivo de 250 metros. Entre los nuestros y la ermita había una combinación de rampas y escalones (241) a superar. Nada es demasiado para 6 mentes motivadas.


Primero fue un descenso continuado hasta alcanzar el nivel del mar. Una senda y una pista bastante llena de gente les llevó hasta allí. Ahora la ermita estaba allá a lo alto, toda fotogénica. Era el mejor ángulo para hacerle fotos, con la subida de escalones zigzagueando por la roca.



Los buscadores de localizaciones de la serie Juego de Tronos eligieron este lugar como el emplazamiento de Rocadragón, de su séptima temporada. La informática hace maravillas y estos de la serie montaron un grandioso castillo en lo alto de la peña, donde está la ermita. Les interesaba la impresionante senda que conduce a la ermita/castillo.


Contaba la guía que, el lugar fue visitado por el propio San Juan el Bautista, quién desembarcando en el puerto de Bermeo y dando tres pasos gigantescos, llegó a la ermita dejando sus huellas en distintos puntos del camino: en el Arco de San Juan en Bermeo, a los pies de la peña y en el último escalón antes de acceder a la ermita. A cada paso, dejó una huella en la piedra. Para los que tuvieran algún mal de pies, hay que buscar las tres huellas y, si posas el pie sobre cada una de ellas, se te pasaran todos los males. Fede, que andaba un poco delicado de un pie, puso su extremidad sobre las dos huellas de Gaztelugatxe, a la espera de ir a Bermeo a pisar la tercera. Después diría si eso le fue bien o no.



Tras una lenta subida y sin demasiado cansancio, los seis expedicionarios llegaron a lo alto de la peña. Las vistas eran espectaculares. Allí cerquita estaba el islote de Akatx, también conocido como la isla de los conejos, paraíso de las aves marinas. Antiguamente había muchos conejos (parece que se ven muchos huesos por allí). Ahora solo quedan unos pocos. No sabemos si por control genético o por autoregulación natural (quizá más creíble la primera).



La guía abrió la ermita solo para los turistas que íbamos en autobús y, ¡oh sorpresa!, ¡dentro de la ermita había una nevera con cervezas!

La capilla era muy de pescadores. Tenía una proa de bote dominando la estancia, justo detrás del altar. Pequeños barcos colgaban del techo y varios cuadros de embarcaciones a punto de naufragar mostraban el agradecimiento de los fieles que acudieron a buscar la protección del santo.


Acabada la explicación, los nuestros se tomaron una merecida cervecita fresca. Se la habían ganado con la subida. Después vieron un poco la panorámica del lugar y al poco rato emprendieron la vuelta. La guía les comentó que, de media, tardarían unos 40 minutos en volver y que no se retrasaran mucho que el autobús estaba esperando.


La vuelta no fue tan fácil como la ida. La bajada al mar fue con risas pero la subida al aparcamiento hubo que tomársela con calma. Poquito a poquito se subió y al final se llegó a hora al autobús. La vuelta a Bermeo fue igual de entretenida que la ida, llena de las anécdotas que contaba la guía.

Nuestros turistas llegaron a Bermeo al mediodía. Pensaban tomar un aperitivo en algún bar del parque Lamera pero resulta que un domingo a mediodía era tradición ir allí porque estaban todos los locales a tope. Al final decidieron ir directamente a comer. Marifé había reservado un sitio muy cerquita de allí y acertaron con el lugar. El restaurante se llamaba Kai Alde y tenía la terraza a reventar. A reventar no, una mesa estaba vacía esperando al grupo. ¡Qué bonito es eso de reservar!




La camarera era una caña, majísima, y la comida estuvo muy bien. Cayeron muchas botellas de txacolí, entrantes, bacalao y rodaballo. Justo delante de la terraza estaba el puerto deportivo y las vistas era fantásticas.


Cuando acabaron el festival de comer, el restaurante ya estaba más tranquilo. Ahora tocaba caminar un poco para bajar la comida y despejarse del vino. Fede, el conductor, se había moderado mucho y no se correría ningún peligro en la carretera.



Nuestros seis exploradores, mientras se acercaban al coche, fueron a hacer un poco de turismo por el pueblo, por cierto que con bastante pendiente. Era importante buscar la puerta de San Juan, lugar donde estaba la tercera huella que tenía que pisar Fede para curarse de sus problemillas en el pie.


La puerta se encontró y el pie se posó sobre la huella. Al día siguiente el dolor ya era historia, en serio.



Era media tarde cuando subieron al vehículo de lujo que tenían alquilado. La vuelta a Bilbao la hicieron por un camino distinto. Antes de devolver el coche fueron a Getxo para ver el famoso Puente de Bizkaia que cruza la ría entre el propio Getxo y Portugalete.



Aparcaron cerca y fueron andando por el lado de la ría hacia el puente. Es impresionante. El puente tiene 61 metros de altura y 160 metros de largo. Se trata de un puente colgante con una barquilla transbordadora para el transporte de vehículos y pasajeros. Fue el primer puente de este tipo construido en el mundo y uno de los ocho que aún se conservan. Al día siguiente pasarían por debajo.



La paradita del puente fue corta y siguieron camino. Dejaron a las chicas en el hotel y otra vez los tres mosqueteros fueron al polígono de al lado del aeropuerto a devolver el coche. No hubo problemas. Del polígono, una furgoneta de cortesía les llevó al aeropuerto donde nuestros tres turistas cogieron un taxi hacia el hotel.


Tras un corto descanso la fiesta continuó. Esa tarde-noche estaba reservada para ir a tomar pintxos a la plaza nueva, situada, como no, en el casco viejo. Esta es una gran plaza cuadrada de estilo neoclásico que fue construida en el siglo XIX. una construcción que no pega con estar en medio de las casas amontonadas que forman el casco antiguo. Debieron tirar muchas casas para hacerla.

Pese a lo nueva que es la plaza nueva (valga la redundancia), ésta tiene muchas historias que contar. La que más me impactó fue una que contó Ander, el guía del free tour. Allá por 1872, con motivo de la visita de Amadeo I de Saboya a la ciudad, la plaza se inundó de agua para montar una fiesta veneciana con góndolas y todo. Si los de Bilbao no pueden hacerlo, es que no lo puede hacer nadie.

La plaza nueva está llena de bares de tapas y pintxos. Para los nuestros costó un poco decidir entre tanta oferta el local donde entrar. Los había que estaban demasiado llenos, los que demasiado vacíos y había un montón de mesitas en la plaza.


Aunque habían hecho bastantes kilómetros durante el día, nuestros turistas no eran de sentarse. Para saborear un pintxo, lo lógico es estar de pie con un txiquito o una caña en la mano y el pintxo en la otra. Así lo hicieron. Primero fueron al Zaharra y pidieron pintxos variados. Después al Negresko donde, desde fuera, tomaron una más. Por fin llegaron al que se convirtió en el rey de la noche, el Anxoa Taberna. Éste era una bar de pintxos de anchoas, boquerones y gildas de todas las formas y sabores.
Fede, que estaba un poco obsesionado con las gildas, lideró el desembarco de los de Castellón en la taberna. Después de la comilona del mediodía no había nada de hambre, pero aun así se consumieron muchas gildas que estaba riquísimas.


Como estarás esperando, ahora te cuento la historia de las gildas. Este pintxo se ideó allá por mil novecientos cuarenta y tantos en la taberna donostiarra Casa Vallés, donde ensartaron en un palillo una piparra, una anchoa y una oliva. El nombre se lo debe a la película ‘Gilda’ que se estrenaba en ese momento en la gran pantalla. Se dice que se inventó en Doností pero que se mejoró en el propio Bilbao. Desde entonces se hacen una gran variedad de gildas en Euskadi, combinando encurtidos y salazones. Todo un acierto para tomar un vino o una cerveza sin ingerir más calorías que las necesarias. Y para eso la taska Anxoa Taberna, donde estaban los nuestros, era el sitio ideal.

Con las fuerzas justas, alrededor de las 11 nuestros héroes ya se fueron a dormir. El día había sido largo y las fuerzas comenzaban a menguar. El día siguiente también iba a ser pesadito así que ahora tocaba descansar. También hay que decir que era domingo y la mayoría de las tabernas estaban cerrando o cerradas, porque si no, igual los nuestros sacaban fuerzas de flaqueza y alargaban el día un poquito más.