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3. Viernes


Y por fin llegó el día de la aventura. Para llegar a Bilbao había que ir desde Castellón a Valencia a buscar un avión pero éste no salía hasta el mediodía. Con las ganas que tenían nuestras parejas de salir de casa no se pudieron aguantar. A las 10 de la mañana ya estaban los nuestros en el coche. La idea era ir sobrados de tiempo y disfrutar cuanto antes del comienzo del viaje.

Fede, que tenía que trabajar ese día, tuvo que supermadrugar para adelantar la faena y acudir directo al aparcamiento.

Gilbert había reservado una plaza en un parking fuera del aeropuerto porque en teoría era más cómodo. Tu dejas el coche en un garaje de Manises y después hay un servicio de furgonetas que te lleva y te trae al aeropuerto y no te tienes que preocupar. La verdad es que este servicio es muy eficaz y rápido. Muchísimo más barato y quizá mejor que el aparcar en el propio aeropuerto.


Nuestros turistas tenían previsto llegar al parking de Manises y, antes de ir al aeropuerto, almorzar por allí. Así que, al llegar al garaje, no subieron directamente a la furgoneta sino que preguntaron si era posible que les llevaran un rato más tarde, después de un buen almuerzo. Evitaban los precios del aeropuerto y aumentaban la calidad y cantidad de los productos a ingerir.


No hubo problema. Los propios trabajadores del garaje recomendaron un bar cercano y allá que fueron nuestros protagonistas.



El bar estaba bastante concurrido y en la mesa de nuestros aventureros triunfó el bocata de tortilla de patatas, por cierto, bastante grande. En cuanto a la bebida, la camarera supo venderles Cerveza El Alcázar diciendo que era de su tierra, de Jaén. Era un poco fuerte, más bien del tipo “artesana”. A algunos les gustó más y a otros les gustó menos.

De postre, nuestros turistas degustaron los aromas de unos cigarritos de la risa que unos colegas se estaban fumando justo allí al lado. El viento iba a su favor y se lo tragaron todo todito. Fue el toque relajante de un buen almuerzo.

Después del almuerzo, relajaditos, subieron a la furgoneta y fueron hacia el aeropuerto.


A los nuestros les esperaba una larga estancia en las salas del aeropuerto. Iban demasiado bien de tiempo y tuvieron que estar más de dos horas dando vueltas a la espera de la salida del avión. Para minimizar la espera, alguna cerveza se bebió.

Antes que nada tuvieron que ir a facturar. Tenían pagada una maleta de hasta 15 kilos por pareja y había que facturarla en los mostradores de la compañía. La verdad que, como era tan pronto no había nadie para facturar y la cosa fue rápida.

Con la facturación hecha, ahora había que pasar los controles de seguridad. A Kiko le hicieron la prueba de explosivos y a Marisa le revisaron el equipaje de mano. La Guardia Civil recalcó que los controles eran aleatorios, no por las pintas de la gente. No sé.

Marifé estaba superconcentrada en el tiempo previo al embarque. Se separó un poco del grupo porque los nervios iban en aumento. Ella no es muy amiga de los viajes en avión. Siempre se ha puesto a 100 con este tema.



Por fin, tras una larga espera, apareció el número de la puerta de embarque en las pantallas informativas. Estaba muy cerca. Los nuestros se levantaron y vieron una larga cola que ya estaba esperando. Con paciencia fueron al embarque. Daba lo mismo seguir esperando en un sitio que en otro. En la cola tuvieron una conversación con una familia curiosa. El padre era un valenciano forofo del Athletic de Bilbao y el hijo era del Real Madrid. Iban con las respectivas camisetas de sus equipos a pasar el fin de semana en Bilbao porque se jugaba la primera jornada de la liga. Hacía tiempo que tenían las entradas y el viaje planificado. Eso sí que es afición porque, como en el chiste, los que son de Bilbao, nacen y viven donde les da la gana.


El avión salió a las 15.35. Creo que un poco más tarde por congestión del tráfico aéreo.


El vuelo transcurrió con extrema suavidad. Marife no tuvo ninguna queja. Se llegó al aeropuerto de Loiu (Sondika) alrededor de las 5. Este aeropuerto tiene fama de ser movidito para los aterrizajes. El valle donde están las pistas encañona el viento y genera potentes e imprevisibles rachas que los aviones han de sortear. Hay multitud de vídeos de aterrizajes en este aeropuerto que ponen los pelos de punta. En este caso la toma de tierra fue impecable. Marifé había conjurado bien a los dioses y estos hicieron su trabajo. ¡Párate mundo, que aterriza el avión de la Mari!


Tras una llamada de teléfono y alguna duda sobre el camino a tomar dentro del aeropuerto, nuestros turistas llegaron en cuestión de minutos hasta la furgoneta que estaba esperando al grupo para llevarlos a Bilbao. Inma, con la habilidad que le caracteriza, había reservado un transporte hasta el hotel.


La chica que llevaba la furgoneta era majísima. Iba todo el día de culo llevando y trayendo pasajeros desde Bilbao al aeropuerto. Con muchas risas les llevó y el cuarto de hora que dura el trayecto pasó en un pispás.


A la llegada al hotel, se dieron un rato de margen para deshacer las maletas y rápidamente preguntaron a la recepcionista qué podían hacer. Ésta les dio unas pinceladas de información y un mapa para pasar la primera tarde de turismo en la ciudad. No obstante Inma iba preparada con nombres de tascas cuya visita era imprescindible. Se preparaba una tarde pinchos.


Para la primera tarde, los nuestros apostaron por el casco viejo, conocido por las 7 calles. Éste es el corazón de Bilbao. Esta zona ha sido un poco de todo.


El Casco Viejo de Bilbao tiene una historia que se remonta al siglo XIV, cuando se fundó la ciudad. Desde entonces, ha sido uno de los lugares más importantes de la ciudad, donde se celebraban mercados y fiestas. Empezaron con tres calles amuralladas y acabaron derribando las murallas para agrandar la villa con cuatro calles más.


En 1983 una inundación destruyó prácticamente todo el casco viejo pero, con lo cabezotas que son los de Bilbao, resurgió, se reconstruyó y hoy es un centro de turismo, comercio y ocio muy importante en la ciudad.


Los 6 turistas de Castellón salieron del Hotel en dirección al Corte Inglés, que lo tenían cerquita. Después a mano derecha, por la Gran Vía Don Diego López de Haro (el fundador de Bilbao), la plaza Biribila, la calle Navarra y el puente del Arenal, ya sobre la ría del Nervión.


Una vez cruzada la ría, a la derecha está el fastuoso teatro Arriaga y enfrente el comienzo de las callejuelas que conforman el Casco Viejo de Bilbao, objetivo ese día de nuestros héroes del turismo.

La primera parada de nuestro grupo fue en el Baster, en la calle Correo, a la sombra de la catedral, donde se degustó una tortilla, unas bravas y unas piparras. Parece que a algunas les picaron y a otras no. Todo estaba regado con cerveza o txacolí. 


A diferencia de los vascos de pura cepa, que toman un zurito o un vino, una tapa y cambian de sitio, los nuestros demoraron su salida y tomaron dos rondas. Estaban a gusto y como era costumbre en su tierra alargaron la estancia en el local, donde había muy buen rollo y poco a poco se comenzaba a llenar.



La ruta siguió con una croqueta gigante en el Urbieta, en la calle del Perro, y luego unos champiñones también gigantes en el Motrikes, en la calle Somera, en la zona profunda del casco viejo. El grupo bautizó a esta última zona como zona profunda porque el ambiente era distinto al de las otras taskas. Había gente más joven, más rastas, más flequillos tipo hacha. Más gente sentada en el suelo. Más progres. Todo ello sin ningún tipo de mal ambiente o miedo por parte de los nuestros. Allí hicieron amistad (en Bilbao se hace amistad con mucha facilidad) con una cuadrilla de chicos muy majetes. Buena conversación. Hasta alguno de ellos contó que había tenido negocios por Castellón.




Para rematar, el grupo hizo una pasadita por el Mercado de la Ribera, donde una parte del mismo se ha reconvertido en un “mercado” de restauración. Cada puesto es una local o tasca y en medio hay mesas corridas donde sentarse a comer. A los nuestros no les gustó demasiado. Mucho follón, mucha gente, muy cerrado, más industrial y quizá hecho un poco para atraer el turismo o para los aborígenes en días de lluvia. Es mucho más bonito ir por la calle de tasca en tasca que meterte en un macrolocal donde te lo ponen fácil pero eres más un borrego que una personita.


Nuestros aventureros entraron por una puerta y salieron por la otra. De todas maneras no hay que desmerecer el mercado en sí mismo. Es un edificio modernista que, con sus 10.000 metros cuadrados de superficie comercial es el mayor mercado cubierto de Europa, ahí es nada. Y encima es muy bonito.

Ya eran las 10 de la noche y los estómagos del grupo se daban por satisfechos tanto en la parte de comida como de bebida. Ahora estaban en la puerta del mercado, al lado de la ría del Nervión. A su izquierda tenían el puente de la Ribera, un puente peatonal, y todo recto, siguiendo la margen derecha, tenían la calle de la Ribera que llegaba al teatro Arriaga y al puente del Arenal, por donde habían cruzado la ría al venir. Tras un día lleno de movimiento  y aventuras ya les tocaba retirarse a descansar.



Cruzaron el puente peatonal porque parecía que la vuelta al hotel sería más directa. El puente les dejaba en el barrio de San Francisco, al otro lado de la ría, lugar desconocido para los nuestros.

Justo delante del puente había un bar muy concurrido. Unas personas que pasaban por allí comentaron que eran todos unos maricones. No se supo si el comentario se refería a los del bar, que eran muchos, a los de abajo del puente, que eran pocos o que la zona iba de eso. Nunca se sabrá porque no se les preguntó.

Había que seguir hacia el hotel. Recto se llegaría antes, pero los nuestros fueron prudentes y siguieron el margen izquierdo del río para no meterse en lo desconocido. Dos días después se enteraron que esa zona, de noche, no es muy recomendable. Era donde estaba la droga y las putas en su tiempo. Ahora parecía que no era para tanto pero se recomendaba no hacer el tonto y o tentar la suerte pasando por donde no se debe. Así que los nuestros acertaron.

Siguieron la margen izquierda del río hasta el lugar por donde habían venido esa tarde, donde estaba el puente del Arenal. De allí al hotel eran 10 minutos.

Una vez en el hotel aún les quedaron fuerzas para tomarse un gin tonic. Pero no lo hicieron largo, así que a las doce de la noche, como Cenicienta, se fueron a dormir.